Conclusión
Las diferencias individuales representan una realidad ineludible en todos los ámbitos de la vida humana, pero es en la educación donde adquieren una dimensión fundamental. Reconocer que cada persona aprende de manera distinta, con sus propios ritmos, intereses, capacidades, experiencias y contextos, es el punto de partida para construir una escuela verdaderamente democrática e incluyente. No se trata solo de aceptar la diversidad como un dato, sino de asumirla como un valor y una fuente de riqueza pedagógica y social. Durante décadas, los sistemas educativos han priorizado modelos estandarizados de enseñanza y evaluación que, lejos de beneficiar a todos, han contribuido a reproducir desigualdades, marginando a aquellos que no encajan en el molde tradicional. En contraposición, la educación inclusiva propone una transformación profunda del paradigma educativo: adaptar la enseñanza a las características del estudiante, y no al revés. Este enfoque no solo promueve el aprendizaje signific...